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lunes, 9 de abril de 2012

Ganar, un imposible

En el fútbol, como en cualquier otro deporte, lo importante es participar pero si llevamos esto a nivel profesional, las cosas cambian. Ganar, ganar y ganar; esa es la principal premisa en un deporte que ha llegado a alcanzar unas cotas mediáticas desorbitadas. Buscar desesperadamente el éxito y la consecución de tres puntos por encima de cualquier factor en una competición liguera son una losa demasiado pesada para muchos clubes. Ante esta casi obligación de ganar por encima de todo, nace la opción de el juego preciosista, una opción rechazada por los resultadistas pero que puede llegar a ser tan efectiva o más que la búsqueda imperiosa de la victoria. Ganar jugando bien siempre es más reconfortable que conseguir una victoria sin espectáculo, principalmente, porque el fútbol en su esencia es eso, espectáculo. Ahora bien, si no se gana, el espectáculo pasa a un segundo plano y la presión y la ansiedad se apoderan del juego. Si no juegas bien aunque sea gana, así tendrás contento al espectador. El problema surge cuando la victoria nunca llega.

La búsqueda imperiosa de la victoria, la ansiedad y la presión se han apoderado de una ciudad al sur de Alemania. La voracidad con la que una derrota tras otra está enterrando a una ciudad futbolísticamente gloriosa en tiempos pasados es asombrosa. Un equipo que ha ganado cuatro Bundesliga, dos de ellas en la década de los 90 se ha desmantelado y el mediatismo profesional del fútbol lo está convirtiendo en un club desalmado. El descenso está cerca pero esta situación es lo de menos ya que el club volvió a la Bundesliga hace apenas dos años, tras vivir cuatro años en la segunda división. El problema es el miedo a ganar, es decir, el miedo a conseguir la principal premisa en el fútbol moderno.

Detrás de ese miedo, de esa ansiedad y de esa presión se encuentra un equipo que ha ganado tres partidos en veintinueve partidos y que no logra una victoria desde octubre. Un equipo cuya ciudad, Kaiserslautern, da nombre al club. Mirar a octubre es mirar no solo a la última victoria, sino al técnico que la logró, Marco Kruz. Un técnico que ascendió al equipo hace dos años y que la temporada pasada logró una meritoria séptima plaza y, que ahora, ha dejado el mando a Krasimir Balakov. Y cuidado con la situación de Balakov, ha dejado Split y sin pensarlo demasiado a aterrizado en Kaiserslautern para convertir al equipo germano en "un referente" de la Bundesliga. Cambiar un equipo por otro no es lo habitual y por ello la llegada de Balakov parecía que haría cambio de rumbo. Nada más lejos de la realidad, el equipo que cogió el técnico búlgaro en marzo continúa sin ganar. 

La situación se ha agravado y los germanos no suman más que tres derrotas tras la llegada de Krasimir. La afición no se rinde y el estadio se ha llenado más de una vez esta temporada, incluso la media de asistencia es muy alta: un ochenta y cuatro por ciento de los asientos se ocupan en los partidos de casa. Por tanto, el apoyo de una afición que nunca dejará a su equipo tirado no es el problema. Lo que, sin duda, necesita un equipo para ganar es marcar goles y ahí el conjunto de Renania tiene un grave conflicto, en los veintinueve partidos ha marcado dieciocho goles. Con Balakov dirigiendo el equipo, apenas tres partidos, han marcado un solo gol que no ha servido para nada.

Una vez más la impotencia entra en juego, imposible en esto del fútbol no hay nada. A los red devils alemanes no les queda otra que apelar a la épica y pensar que el pasado año el Mönchengladbach ya logró salvarse, eso sí con más margen que el que tienen ahora ellos. Cinco, eso son los partidos que el conjunto rojo tiene para salvarse y entrar en los libros de historia; y diez, son los puntos que le separan de lograrlo. Si lo consiguen; dejarán atrás esa presión, esa ansiedad que provoca el fútbol actual y pasarán a sonreír y hacer sonreír a miles de aficionados que buscan en el fútbol la única meta de entretenerse y disfrutar del espectáculo.



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